La «reestructuración» de la economía, el comercio y las finanzas en un mundo dominado por el neoliberalismo ha provocado la globalización del crimen. Mientras los sistemas estatales se desmoronan bajo el peso de la crisis financiera, el crimen organizado comienza a jugar un papel dominante en la economía y la política de los estados, a la vez que aprovecha la desregulación del sistema financiero internacional para «lavar» su dinero mal habido. El crimen se ha transformado, de esa forma, en parte integrante del sistema económico internacional, con trascendentales consecuencias sociales, económicas y geopolíticas.
En todo el Tercer Mundo, la corrupción, estimulada por la desregulación financiera, está minando las economías nacionales y empobreciendo a millones de personas. El crimen organizado se ha infiltrado en las finanzas y la banca internacionales. Tanto en países industrializados como en desarrollo, el sistema estatal está en crisis y las mafias se han transformado en importantes actores de la política económica y social de los gobiernos.
En este ámbito, bancos «respetables» rutinariamente ignoran la línea divisoria entre capital organizado y crimen organizado, prestándose al lavado de enormes cantidades de dinero, mientras la reestructuración del comercio y las finanzas mundiales tiende a favorecer la «globalización» de prácticas económicas delictivas.
De esa forma, las fechorías de los pequeños delincuentes son destacadas por la prensa y la policía, mientras las funciones política y económica de organizaciones criminales internacionales, que operan como entidades comerciales legítimas en el mercado mundial, son vistas naturalmente como parte del sistema.
Desde hace algún tiempo, las mafias han sustituido la bandera negra por la computadora y el estuche de violín con una metralleta dentro por el maletín de ejecutivo. Este paso del bajo mundo a las pulcras salas de junta ha sido facilitado por la tendencia global a la «liberalización económica», responsable de la reducción del Estado, la desregulación de la banca y el comercio internacionales, y la privatización de empresas públicas. Estas condiciones no sólo benefician a las grandes empresas transnacionales y los bancos internacionales que las promueven vigorosamente, sino que también favorecen el crecimiento y la «internacionalización» de prácticas ilícitas. En realidad, el límite entre ambos tipos de actividades es casi imperceptible.
Las ganancias y la influencia del crimen organizado son inmensas, tanto en países industrializados como en desarrollo. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), los ingresos de las organizaciones criminales transnacionales a nivel mundial suman alrededor de un billón de dólares, cifra equivalente al producto interno bruto (PIB) combinado de todos los países de bajos ingresos, con una población de 3.000 millones de habitantes. (Ver actas de la Conferencia de la ONU sobre Prevención del Crimen, El Cairo, mayo de 1995). La estimación de la ONU incluye las ganancias procedentes del tráfico de drogas, armas, materiales nucleares, así como de servicios controlados por la mafia (prostitución, juego, cambio de moneda). Lo que estas cifras no transmiten adecuadamente es la magnitud de las inversiones realizadas rutinariamente por organizaciones criminales en empresas comerciales «legítimas», así como su control de los medios de producción en muchas áreas de la economía legal.
Y así como las grandes empresas han aumentado su alcance e influencia formando firmas transnacionales que pueden evadir el control de países individuales, el crimen organizado también se ha globalizado. Una nueva relación transnacional ha surgido entre los triángulos asiáticos, los yakuzas japoneses y las mafias europeas y estadounidenses. En lugar de proteger su campo tradicional, las organizaciones criminales en diferentes partes del mundo poseen fuerzas combinadas «en un espíritu de cooperación global», dirigidas hacia la «apertura de nuevos mercados» tanto en la economía legal como en la ilegal. De acuerdo con un observador, «los grupos criminales funcionan mejor que la mayoría de las 500 compañías de Fortune (…) con organizaciones que se asemejan más a General Motors que a la tradicional mafia siciliana». Según una declaración del director del FBI, Jim Moody, a un subcomité del Congreso estadounidense, las mafias de Rusia «cooperan con grupos criminales de otros países, incluyendo los establecidos en Italia y Colombia (…) La transición hacia el capitalismo (en la ex Unión Soviética) ofreció nuevas oportunidades que fueron rápidamente aprovechadas por esas organizaciones».
Asimismo, los grupos criminales colaboran cotidianamente con empresas comerciales que invierten en una variedad de proyectos «legítimos», lo cual no sólo les ofrece la oportunidad de lavar su dinero de procedencia ilícita, sino también de acumular riqueza en un marco legal. Estas inversiones se realizan en inmuebles de lujo, espectáculos, editoriales, medios de prensa y servicios financieros, pero también en empresas de servicio público, manufactura y agricultura.
En Estados Unidos, la mafia invierte tanto en inmuebles urbanos como en tierras agrícolas. En Tailandia, miles de millones de dólares del Triángulo de Oro de la heroína fueron reciclados por sindicatos comerciales y sociedades secretas de Bangkok hacia inversiones en la industria textil. Asimismo, cientos de millones de dólares de los carteles de la droga mexicanos se destinaron a comprar empresas públicas durante la ola de privatizaciones iniciada bajo el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Fuente: interamerican-usa.com
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