De Cecilia Cruz
Despierto sin querer hacerlo, me duele la espalda, siento que la cabeza me estalla pero lo peor es este vacío que al principio no sé qué es, mientras desayuno con desánimo me doy cuenta de que me duele el alma, pase una noche de sobresaltos, tristezas y desesperaciones, me llamaron y mandaron mensajes varias mujeres pidiendo ayuda. Una de ellas porque su pareja le quería quitar a su hijo, la segunda por lesiones ocasionadas por su esposo, la tercera porque no encontraba a su hija y no sabía qué hacer ni a donde ir, trato de darles contención en todo lo que profesional y humanamente me es posible, la constante es la misma, voces y letras de mujeres que son violentadas.
Salgo de casa y me dirijo a entrevistarme con la tercer víctima, enciendo la radio y la primera nota que escucho es el feminicidio de una chica en manos de su novio, me parece inconcebible, quiero cambiar de estación pero no me atrevo, necesito relajarme, siento culpa por mi impulso así que termino de escuchar la nota. Tal pareciera que desde que investigo el tema de violencia de género y feminicidio, lo escucho, lo leo, y lo veo por todas partes, ojalá esto atendiera a una ilusión creada por mí misma, pero me duele reconocer que esto está pasando de verdad, aquí y ahora. Voy conduciendo el auto, me da miedo porque mi mente va tan inmersa en las víctimas que ya me he pasado dos semáforos en rojo, por fin cambio la estación para recomponerme y en ese momento suena el teléfono, contesto por el altavoz, tengo esa sensación de estar viviendo una película de terror, pero atiendo deseando que no sea una víctima más, lo primero que escucho es un sollozo espeluznante en donde apenas puedo entender lo que una señora trata de decir, cuando por fin alcanzo a entender… “me mataron a mi hija”, cinco palabras bastaron para petrificarme por completo, estaciono el vehículo y comienzo a hacerle preguntas, un conocido la refirió conmigo para ayudarle, le pido sus datos, pero de pronto un hombre que se identificó como su hermano le quita el celular y responde a mis preguntas porque ella no podía seguir hablando, cuelgo el teléfono, llamo a otro abogado para dar atención a la víctima que originalmente vería, cambio la ruta en el celular y me dirijo a ver a quien hoy llamare “ROSA”.
Llego al domicilio y me recibe un hombre bañado en llanto “padre de la occisa”, entro y comienzo a escuchar el relato de los hechos, la chica de 19 años de edad había salido a una fiesta, los padres se alarmaron cuando pasadas las cuatro de la mañana ella no llegaba y comenzaron a llamar a las amigas de quien hoy llamaremos “Lorena”, nadie sabía en donde estaba, solo que la habían dejado ir sola en un taxi pasadas las dos de la mañana, que ellos inmediatamente hicieron el reporte a locatel, y que aproximadamente a las 8:30 am recibieron una llamada en donde les decían que tenían un cuerpo que coincidía con las características físicas de su hija, se remitieron a la agencia del ministerio público y ahí encontraron lo que ningún padre quiere ver, a su hija en una plancha de metal frio y gris, golpeada, violada y sin vida, la misma niña que tuvieron en sus brazos alguna vez, que con amor y mucho esfuerzo trataron de sacar adelante, la misma chica que tenía sueños, proyectos y mucho camino por recorrer, la misma mujer que ellos orgullosamente educaron con principios y reglas, esa misma mujer que visualizaron como profesionista y quizá como madre, estaba ahí, pero ya no era la misma, sus ojos estaban cerrados para nunca más volver a abrirse. “Rosa” me pide de manera desesperada coadyuvar con la representación social para encontrar, a quien en sus palabras, ella llama “el monstruo que asesino a su hija”. Acepto con la firme convicción de hacer todo lo que en mis capacidades es posible.
De todas las llamadas recibidas durante la noche y lo vivido en el día, encuentro una constante en los reclamos de las víctimas y ofendidos, y esto es que los hechos han sucedido con el gobierno como cómplice o la percepción generalizada es que una u otra dependencia han fallado en ofrecer justicia, lo analizo y es verdad, el gobierno ha dejado de brindar seguridad, las políticas sociales son deficientes y los coadyuvantes, desde el primer respondiente, peritos, ministerios públicos y fiscalías tienen una participación deficiente en la aplicación del protocolo de feminicidio.
Es necesario levantar la voz, y seguir luchando por que las instituciones nos brinden seguridad, pero también es necesario comenzar a cambiar nosotros, conformar una cultura de respeto, porque el Gobierno tiene responsabilidad, sí, pero quien nos está matando es nuestra sociedad, nuestro vecino, nuestra pareja, o incluso hasta nuestra familia, hagamos una reflexión, el gobierno también está conformado por personas como tú y como yo, pero a ellos y a todos nosotros nos faltan valores, como el respeto a la vida, nos falta amor.
La sociedad en su profunda descomposición o lo que hoy llamo putrefacción, es el resultado de robos, secuestros, violaciones, asesinatos, desapariciones, feminicidios e injusticias en general, cometidas por personas comunes, que en un total cúmulo de disvalores no comprenden las consecuencias de sus acciones y cometen crímenes que laceran en lo más profundo nuestros derechos, nuestra libertad y que tienen características pluriofensivas para las víctimas, porque seamos honestos, derechos tenemos muchos, libertades tenemos pocas, leyes tenemos muchas, pero la justicia es limitada, pasemos de exigir justicia a ser mejores seres humanos.
En mi experiencia es necesario recomendar que comencemos a tener cultura de prevención del delito como ciudadanos, que seamos responsables de nuestros actos y decisiones, que cuidemos no ser víctimas en consecuencia de nuestras propias acciones o decisiones, o como yo lo llamo “No nos pongamos para la foto”. ¡No quiero revictimizar con mi recomendación, quiero generar una conciencia de autocuidado, como un primer paso a una solución real!
Nos ha quedado claro ya, que el inflacionismo penal o lo que es lo mismo, “engordar los códigos” no es una respuesta eficiente a los problemas que nos lastiman, generemos este cambio con responsabilidad, desde cada uno de nosotros, porque si nos reconocemos como parte del problema, también podemos ser parte de la solución.
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