Parecería que muchos de nuestros jóvenes se guían por el «todo vale», exponiéndose a conductas de riesgo donde la acción prima sobre el pensamiento. Pasan de la euforia extrema y el movimiento imparable a estados de aburrimiento en los que nada les interesa. Se advierten comportamientos inadecuados y violentos, que evidencian una franca confusión de roles y desequilibrio entre la edad biológica y la psicosocial. Mantienen una actitud de hostilidad y hasta de crueldad que explota sin ideologías ni estrategias y los lleva a abrir numerosos interrogantes sobre su futuro. En definitiva, este es el retrato de una sociedad en crisis, ante la cual también nos preguntamos sobre su devenir. ¿Qué pasa cuando la transmisión de un sistema de valores, creencias e ideales está rota o agrietada porque no se encuentran soportes familiares con un sólido arraigo como para formar las bases de un próximo andamiaje? En una sociedad caracterizada por la pérdida de valores tradicionales, la ambigüedad, el consumismo exagerado y el pensamiento light , las pautas indispensables para la convivencia se han fragilizado. Aquello que debería ser una transmisión lógica y articulada, aparece quebrada, desanudada, con eslabones ausentes. ¿Qué ocurre cuando hay pérdidas familiares tempranas, fallas o desestructuración del grupo y, aun frente a la situación casi cotidiana de ausencia de los padres por exigencias laborales, quedan los niños muchas veces solos durante horas frente al televisor o Internet?
Modelos de identificación. Las funciones propias de los padres han perdido claridad y dejaron como saldo patrones indefinidos con atribuciones imprecisas. Si en el momento de la adolescencia, cuando la persona necesita mucho de figuras de identificación que lo acompañen y sostengan, los padres continúan ausentes, sin poner los límites necesarios ni marcar pautas de conducta y convivencia, queda irremisiblemente perdida la capacidad de reflexión del joven, que ya no va ir a la búsqueda de un verdadero «encuentro» empático con los adultos que puedan ayudarlo a reconocer sus propias limitaciones. Se ha pasado de la familia patriarcal, autoritaria y dominante, a un estilo demasiado permisivo, en los que se confundió libertad con dejar hacer, sin imprimir límites necesarios. Cuando los padres están inseguros, no advierten que se puede ser firme sin ser severo, y flexible sin ser impreciso. Frente a lo intolerable del dolor por la falta del elemento sostén, el chico aparece desarrollando patologías relacionadas con los ataques de pánico y también fuertes sentimientos de odio, donde el síntoma fundamental es la violencia, que se expresa en forma de tormento hacia sí mismo o hacia los otros, resentimiento y remordimiento. Para negar el dolor por el abandono, el adolescente acude a defensas evitativas, mecanismos que ayudan a que se sostenga la idea de que todo es posible y que no es necesario el límite en la acción. Alcoholismo, drogadicción y violencia sin fin son algunos de los gritos de demanda que provendrán de la exclusión y que señalan, mediante estas escenas, la alta conflictiva familiar y social, y el no-lugar. En este punto, los educadores, figuras paternas sustitutas, pueden servir de auxilio como modelos de identificación, comprender o poner límites necesarios, cosa que no siempre ocurre, puesto que estos muchas veces se sienten amedrentados y arrasados por la violencia del joven, que a su vez ha sido víctima de la deprivación afectiva o ambiental. Como vemos, la violencia no es privativa de un sexo, aunque varones y mujeres la expresan de diferente manera: en los chicos es más desembozada, van directamente al hecho, a la acción, mientras que las chicas son más escondedoras. En este tironeo entre pulsión de vida y de muerte, los programas televisivos, juegos en red y algunos sitios de Internet refuerzan la característica violenta de descarga. Ante la falta de modelos tradicionales, los jóvenes encuentran en los noticieros y personajes televisivos sus propios modelos. El efecto contagio y la dificultad de encontrar docentes que le sirvan de referente y sostén interior, hacen que trasladen la agresión e inseguridad, también al ámbito escolar.
Así se presenta la tragedia juvenil: en un mundo sin adultos, sin reflexión y sin códigos éticos que está arraigándose día a día en la sociedad.
Fuente: lanacion.com.ar
Autor: Marta Dávila
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