El delirio de Capgras (DC) o «ilusión de los dobles», término acuñado por Jean Marie Joseph Capgras y J. Reboul-Lachaux en 1923 supone la creencia de que una persona conocida y afectivamente significativa, es reemplazada por un impostor idéntico a esa persona. El DC puede presentarse de manera crónica o transitoria, en ocasiones fluctuante en el tiempo. Más frecuente en mujeres, en una relación de 3:2 y no encontrándose diferencias entre edades. Se observa en diversos trastornos mentales graves y se relaciona con múltiples enfermedades somáticas. Destacable la alta prevalencia del DC en demencias y otros procesos neurodegenerativos, estimada en la enfermedad de Alzheimer hasta en casi un tercio, y hasta un 17% en la demencia por cuerpos de Lewy.
Las teorías cognitivas sugieren, en general, que durante el procesamiento de la información se produciría una ruptura entre las tres primeras fases del proceso -codificación, análisis y procesamiento de la información- y la última, – identificación y reconocimiento. Los primeros modelos, como el de reconocimiento facial propuesto por Bruce y Young se basan en que la «sensación afectiva de familiaridad» evocada al percibir caras, emergería por la integración de distintas unidades destinadas al «reconocimiento» de voz, cara, gestos… Esta integración resultaría fallida en el caso del DC, imposibilitándose la identificación personal. En este sentido Pacherie tomando el concepto de modularidad fodoriana habla de un «dominio específico» encargado del procesamiento afectivo de las caras. Otros autores van un paso más allá, al afirmar que lo queda distorsionada en realidad es la «sensación de unicidad» o «singularidad» (de una persona, animal, objeto o lugar).
Más recientemente y en un intento por conjugar el conocimiento aportado por las teorías cognitivas con los hallazgos neuroanatómicos que las técnicas de neuroimagen revelan, y coincidiendo con el uso de exploraciones neuropsicológicas más exhaustivas, surgen distintos modelos neuropsicológicos. Algunos de estos modelos holísticos postulan la existencia de un fallo al conciliar la información sobre el reconocimiento y las emociones (teorías de desconexión), quedando implicadas algunas estructuras occipitotemporales; otros en cambio se centran en el papel que juega el hemisferio derecho (teorías de lateralización) sustentado en el hecho de que funciones como la automonitorización, la monitorización de la realidad, la memoria y la sensación de familiaridad quedan comprometidas y considerando, además, la necesaria preservación del hemisferio izquierdo para su aparición; y los últimos, que señalan el protagonismo del lóbulo frontal (teorías frontotemporales), observándose distintas combinaciones de daño en los lóbulos frontal (derecho de forma mayoritaria), temporal (incluyendo regiones límbicas) y en ocasiones parietal.
Otros factores estudiados partícipes de la etiopatogenia del DC tienen que ver con la personalidad previa, el afecto y aspectos motivacionales, psicodinámicos y atribucionales, también con el razonamiento y la presencia de algunos sesgos cognitivos.
No obstante ninguno de los modelos expuestos por sí solos pueden dar cuenta de la formación del DC. Se desprende la necesidad de manejar hipótesis etiopatogénicas multifactoriales. El análisis de casos clínicos se considera un método muy útil en este sentido, pues permite un acercamiento mucho más ecológico, desde la complejidad y riqueza del ser humano, capaz de revelar claves que estimulen otras investigaciones más ambiciosas; en el caso que presentamos a continuación sin dejar de contemplar y contrastando con los acercamientos teóricos existentes, se atienden a todos aquellos aspectos de la paciente que se considera probablemente estén implicados en la génesis del DC.
Fuente: scielo.isciii.es
Autores: María Angeles Alayeto Gastón y Naiara Sánchez Lucas
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