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Hace unos días escuché por la radio que las detenciones de migrantes en la frontera México-Estados Unidos están en niveles históricamente bajos. La información es relevante porque el número y el comportamiento de las detenciones, a la alza o a la baja, es tomada como un indicador indirecto de la intensidad del flujo migratorio indocumentado. Un patrón de escasos arrestos a lo largo de varios meses es sinónimo de un flujo migratorio débil o que va en declive.
La excepción a esta tendencia es el sur de Texas. En esa sección de la frontera las detenciones van al alza, lo que sugiere que un creciente flujo no autorizado pasa por esa zona. Según los informes, dicho flujo está compuesto sobre todo por migrantes centroamericanos y hondureños, en particular. Muchos de ellos son menores de edad que tratan de llegar a los Estados Unidos en busca de algún familiar. Estos menores son recluidos en centros de detención temporal en el Valle de Texas mientras se identifican a familiares en la Unión Americana o en Honduras, a quienes entregárselos.
Desde hace rato que se viene haciendo notar la migración hondureña, la cual pasa por el corredor del Golfo de México y desemboca en la frontera que el estado de Tamaulipas tiene con Texas. La migración hondureña tiene mucho que ver con la pobreza y la falta de desarrollo, pero también con las condiciones de violencia y criminalidad que abaten a esa nación desde el golpe de Estado contra el presidente Manuel Zelaya a fines de junio de 2009. El viraje hacia la izquierda de Zelaya provocó su remoción por parte del Ejército, con el respaldo de las élites locales y el apoyo tácito de los Estados Unidos.
A partir de ese momento, se desató una oleada de violencia contra los simpatizantes del ex presidente, los periodistas y los activistas sociales. Esa violencia de raíces políticas se sumó a la criminalidad que ya azotaba a la sociedad hondureña, que a su vez siguió creciendo por la falta de control del Gobierno sobre el aparato de seguridad y la participación de elementos de la Policía y el Ejército en las actividades del crimen organizado. A varios años del golpe y después de dos elecciones nacionales sumamente cuestionadas, Honduras y sus principales ciudades siguen siendo capitales de la violencia y la criminalidad, con las mayores tasas de asesinatos en el mundo.
Detrás de la migración que se manifiesta en el flujo que hoy pasa por el sur de Texas está esa violencia que alcanza a todos los sectores de la sociedad hondureña. Los estudiosos de la migración solemos examinar los flujos migratorios como resultado de las desigualdades salariales entre los países, pero la violencia y criminalidad también son importantes acicates para que una persona abandone su lugar de origen.
Esa migración es más una huida intempestiva que un viaje planeado para alcanzar ciertos fines económicos. Ese carácter repentino hace que el migrante esté menos preparado para el éxodo y lo hace más vulnerable en su desplazamiento.
Fuente: laopinion.com
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